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La verdad, más importante que la vida.

  • Alejandro Machado
  • 4 ene 2015
  • 3 Min. de lectura

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Cuando vi por primera vez esta imagen, llamada “Portadores de la Antorcha”, ubicada en la entrada de la Universidad Complutense de Madrid, recordé el pasaje que nos describe a Pablo, parado frente a un grupo de sus amigos quienes lloraban rogándole que no se marchara, pues su vida corría peligro.

Hechos 20: 21 He tenido un solo mensaje para los judíos y los griegos por igual: la necesidad de arrepentirse del pecado, de volver a Dios y de tener fe en nuestro Señor Jesucristo. 22 »Ahora estoy obligado por el Espíritu a ir a Jerusalén. No sé lo que me espera allí, 23 sólo que el Espíritu Santo me dice que en ciudad tras ciudad, me esperan cárcel y sufrimiento; 24 pero mi vida no vale nada para mí a menos que la use para terminar la tarea que me asignó el Señor Jesús, la tarea de contarles a otros la Buena Noticia acerca de la maravillosa gracia de Dios.

Hechos 21:10 Varios días después, llegó de Judea un hombre llamado Ágabo, quien también tenía el don de profecía. 11 Se acercó, tomó el cinturón de Pablo y se ató los pies y las manos. Luego dijo: «El Espíritu Santo declara: “De esta forma será atado el dueño de este cinturón por los líderes judíos en Jerusalén y entregado a los gentiles”». 12 Cuando lo oímos, tanto nosotros como los creyentes del lugar le suplicamos a Pablo que no fuera a Jerusalén. 13 Pero él dijo: «¿Por qué todo este llanto? ¡Me parten el corazón! Yo estoy dispuesto no sólo a ser encarcelado en Jerusalén, sino incluso a morir por el Señor Jesús».

Alguien puede pensar: “La verdad es una sola, y desconocida”. ¿Cómo puedes arriesgar tu vida por algo incierto?

En términos de enseñanzas espirituales, las posiciones doctrinales pugnan entre ellas para ganarse nuestra atención. Con el paso del tiempo aparecen doctrinas presentadas de tal forma que podríamos confundirlas con la verdad.

Incluso Pablo le dijo a Timoteo que llegarían tiempos en los cuales las personas buscarían maestros que les dijeran las cosas que ellos quieren oír. Por lo que vemos a nuestro alrededor, esos tiempos han llegado.

2 Tim 4:3 Llegará el tiempo en que la gente no escuchará más la sólida y sana enseñanza. Seguirán sus propios deseos y buscarán maestros que les digan lo que sus oídos se mueren por oír. 4 Rechazarán la verdad e irán tras de mitos.

Ahora, ¿cómo podemos discernir la verdad entre tantas enseñanzas? ¿De qué manera podemos estar seguros que el evangelio que defendemos es puro?

Uno de los problemas que enfrenta la Iglesia para contestar esta pregunta es la falta de estudio de las escrituras por parte de los creyentes. Muchos cristianos se conforman con solo con lo que oyen en sus cultos y no indagan con diligencia acerca de las enseñanzas bíblicas. Nuestro acelerado mundo lleno de tantas distracciones efímeras nos instan a buscar soluciones rápidas para todo. Incluso para aprender la verdad.

El ser humano tarda en promedio un año para caminar, dos para aprender a hablar, tres para aprender a manejar la motricidad fina de sus manos, y al menos cinco años para aprender a leer. La vida en realidad está llena de procesos que demandan esfuerzo, dedicación, y tiempo. ¡De igual manera el estudio de la Palabra de Dios, que contiene la verdad, debería formar parte de nuestra vida diaria de manera constante!

Cuando entregamos nuestra vida a Cristo significa que ya no es nuestra. Morimos a nuestro yo. Y eso supone también a nuestros intereses. Implica una vida dedicada, al aprendizaje de quién es Dios y su verdad, aún cuando no vayas a ser pastor o misionero.

Jn 17:3 Y la manera de tener vida eterna es conocerte a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú enviaste a la tierra.

Y aunque a Dios le conocemos desde que nos rendimos ante él, la paradoja es que pasará la vida eterna entera y no habremos acabado de conocerlo. Como dice el pastor John Piper: “Dios hizo el universo tan grande y a nosotros tan pequeños para decirnos algo acerca de su grandeza”.

No seas de quienes dicen “amén” tan pronto a todo lo que oyen. Lee, escudriña, pregunta, e indaga. Las verdades bíblicas han sido defendidas y enseñadas a lo largo de la historia a través de hombres como Pablo, Pedro, Juan; y más adelante, a través de Lutero, Calvino, Spurgeon, y otros.

Y si consideramos este evangelio como la verdad, ¿estamos dispuestos incluso a dar nuestra vida por su causa?


 
 
 

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